Al comienzo de la pandemia en nuestro país, que no solo cumplía sino que superaba mis peores pronósticos, tuve la desgracia de sufrir el ataque en mi geriátrico. "Las desgracias nunca vienen solas", decía a menudo mi abuelita Irene, que en paz descanse. Y así fue, para colmo, quien se suponía que debía ayudarnos, nos hizo en algún momento tanto daño como el brote en sí mismo. Esto motivó mi escrito: "Susto, Covid, Muerte y Aplausos", que escribí apenas un mes tras la desgracia, y aún en estado de "shock". Mientras esto sucedía y lo vivía en primera persona sumido en una especie de película de terror, madre, hermana, familiares, amigos y vecinos iban enfermando...algunos murieron a causa del minúsculo pero deletéreo asesino, como el tío Santiago, o la tía Luisa, a los que no podemos olvidar, tanto por las circunstancias de su fallecimiento como por la imposibilidad de despedirlos en tiempo y forma como hubiésemos querido.
Poco después escribí "El pecado de ser Viejo, la Inconsciencia de Otros". Si bien ambos escritos fueron publicados en diferentes sitios: blogs, revistas, etc...(lo cual agradecí mucho), este útimo fue rechazado tras un compromiso de publicación en una web, porque su suspicaz creador estimó "que contenía connotaciones políticas"; me sentí muy ofendido, porque llevaba semanas dándome largas para finalmente no publicarlo, y la urgencia radicaba en que la difusión que esperaba a través de esa plataforma, podría cumplir con su cometido de Educación para la Salud, única finalidad a parte de mi desahogo personal a través del relato de mis experiencias profesionales. Dicho esto, sin duda, habría escrito lo mismo con cualquier gobierno que se precie, ante actuaciones u omisiones o errores garrafales en gestión y prevención similares. Mi lucha es contra el COVID, pero eso conlleva abarcar mucho terreno, y granjearse algún que otro enemigo. No me importa, porque hablar claro es lo que siempre he pretendido, y es una de mis máximas, y si eso ofende a alguien, o ve fantasmagóricos trasfondos subyacentes, quizás son esas personas quienes tienen un problema.
Tenemos un problema de "libertad", también de libertad de expresión en esta "Era de la Hipercomunicación", en que todo ha de ser políticamente correcto, para evitar que algunas sensibilidades se ofendan. Lo siento, si en mi esperáis a ese ser perfecto que mide las consecuencias de sus palabras hasta lo enfermizo, o busca el aplauso y connivencia de la mayoría, o simplemente coleccionar muchos "seguidores", quizás os habéis equivocado de blog.
Mi agradecimiento para mis compañeros de SECiMe, especialmente para Juan Luis Badallo León, por publicarme en su blog: "Enfermero de Familia", que os recomiendo muy especialmente a todos los profesionales enfermeros de la Atención Primaria, a la revista "Los Tres Alisos", del pueblo de Villarnera de la Vega, y su redactora, María del Pilar Fernández Aparicio, por proponerme en la publicación de su número 9.
Sin más, os dejo uno detrás de otro, dos escritos, en formato totalmente original y sin censura alguna; entended la época de su escritura publicación, en plena cresta de la llamada "Primera Ola", hace que muchas cuestiones hoy, nueve meses después, ya estén desactualizadas, pero perfectamente sirven muchas otras como advertencia para hacer bien las cosas, o la "Tercera Ola", nos reventará las festividades navideñas...
Veréis fotos que quizás no concuerdan aparentemente con los temas referenciados, la verdad, pocas fotos tengo disponibles de esta época, e hice lo que pude por ilustrar los escritos...en el segundo de ellos me veréis (¡con pelo!, foto de unos 16 años de antigüedad) en compañía de mi prima Yoli, y de mi tío Santiago, fallecido por COVID al que dedico especialmente lo que sigue, y que espero que al menos, os haga recapacitar....¡Ahí van!
SUSTO, COVID, MUERTE,
y APLAUSOS
SUSTOAquella lejana
tarde, no esperaba ese recibimiento. Mientras me adentraba en la residencia
geriátrica donde llevaba tantos años trabajando, un sepulcral silencio lo
envolvía todo…¿dónde está la gente? ¿mis ancianitos? ¿los trabajadores?
Caminé hacia el
salón principal atravesando la “Sala multiusos”, donde suponía que estaría la
mayor parte de residentes en compañía y bajo la dirección de “la señora
maestra”, Sara, la terapeuta
ocupacional; del silencio pasamos al
estrépito sin aún haberme dado cuenta de lo que pasaba…allí estaban todos,
esperándome conchabados para darme la gran sorpresa...un extenso aplauso, a mi
dedicado, no pude evitar que la emoción arrancara de mis ojos unas lágrimas que
con disimulo traté de contener; tras agradecer esa muestra inesperada de
gratitud y cariño, aproveché para dar una nueva charla sobre las medidas ya
adoptadas para evitar que ese mal bicho, el “hijoputavirus o algo así” les dije
en tono jocoso, entrara en nuestra pequeña residencia para causar el desastre.
Reímos, cantamos, bromeamos…se nos antojaba aún muy lejana esta posibilidad ese
último día de “relax” y fiesta que recuerdo en nuestro centro, siendo un día
redondo: veinte de marzo de dos mil veinte.
Nuestro “hogar-geriátrico”
era aquel día una verdadera familia formada por veintisiete residentes, tan
solo tres hombres en aquel grupo heterogéneo y variopinto, la directora, siete
auxiliares, la cocinera, el médico, la fisioterapeuta, la terapeuta
ocupacional, y yo mismo, el enfermero o “practicante” como ellos a menudo
preferían llamarme. Nos conocíamos a la perfección, sabíamos con detalle las
preferencias, vulnerabilidades, cualidades y necesidades unos de otros. Todo
estaba bien organizado, cada cual cumplía con sus obligaciones, las familias
habían sido conformistas con la decisión de evitar las visitas “hasta que
superásemos el período de mayor riesgo de contagio”…todo había sido estudiado,
pensado y organizado para que el SARS-COVID-19 pasara de largo…sin embargo, no
sabíamos ni queríamos imaginar lo que sucedería apenas una semana después.

Pilar era una
mujer enjuta e hiperactiva. Su Alzheimer avanzado la poseía y confinaba a una
vida “cama-sillón”, pero su pasado como profesora de educación física había
conservado en ella unas capacidades elásticas y una fuerza difícilmente
imaginables. Aquel veintisiete de marzo, Pilar apenas se movía, su rostro
inexpresivo a la par que lánguido era preocupante. Comprobadas sus constantes
observé que su temperatura rebasaba los treinta y ocho y medio, y la
auscultación pulmonar revelaba una falta casi total de ventilación en el pulmón
derecho. Sin duda, padecía una neumonía avanzada y muy grave; no daba crédito
pues cuarenta y ocho horas antes se adivinaba un incipiente cuadro catarral,
manteniendo unas constantes más que aceptables y una función respiratoria
íntegra. Aún así, Mario, el facultativo de la residencia la había valorado el
día anterior y su estado no parecía aún inquietante. Ante tal situación
solicité ayuda al teléfono de emergencias 112, y tras hablar con una médico
explicando el estado de la paciente, esta nos envió una ambulancia “especial
COVID” para recoger a la paciente. Efectivamente, mi sospecha era propia de tal
decisión y cruzaba mis dedos para que esto no se confirmara. Aporté un informe
en el que expliqué concienzudamente todos los datos relevantes de la señora
Pilar: antecedentes, medicación, constantes, y sospecha clínica…sin olvidar
mencionar que la paciente estaba institucionalizada.
Desgraciadamente,
veinticuatro horas después nuestra querida Pili falleció, de lo cual tuvimos
constancia por su sobrino, único familiar de contacto, que fue informado del
triste suceso, sin dar más datos que “ a causa de una neumonía”.
COVID
Mi impaciencia
me hizo buscar el modo de enterarme de la causa real de esta desgracia; con
gran alarma pude comprobar en uno de los informes que obtuve, la determinación
que nunca habría querido leer, mi
corazón golpeaba fuerte dentro de mi caja torácica cuando con una mezcla de
rabia, miedo e incertidumbre leía:
“...COVID POSITIVO”.
Un tremendo
golpe de realidad me mantuvo congelado durante medio minuto mientras la sangre
y las ideas se agolpaban en mi cerebro. Después del shock, a flor de piel la
adrenalina, contacté con la directora del centro, para que procediese en tanto
yo llegase, a extremar las medidas de aislamiento interno, y de protección en
general. Maite no era capaz de
reaccionar, aunque ya habíamos puesto en marcha un plan de contingencia, era
muy duro saber de forma objetiva que “el bicho” estaba entre nosotros, que
debíamos mantener a todos y cada uno de los residentes apartados en sus
habitaciones donde recibirían sus atenciones, y la probabilidad de que muchos
otros residentes y nosotros mismos estuviésemos ya infectados era muy elevada.
Solicité ayuda a la Gerencia Sanitaria de mi Área de Salud de la que días antes
habíamos recibido algunos comunicados ofreciendo colaboración si se precisaba.
Pronto contestaron para indicar que siguiésemos trabajando “con mascarilla quirúrgica”,
y que nos enviarían una doctora designada desde la misma Gerencia para evaluar
la situación. Entre tanto, valoré a cada uno de los ancianos, y ya pude
comprobar que había signos y síntomas compatibles con infección por coronavirus
en al menos media docena de ellos.
MUERTE
La “doctora
COVID” entró en nuestra residencia con aspereza, pintando un futuro poco halagüeño, abroncando al personal y
exigiendo listados de comorbilidades y constantes entre otros. Adiviné unos ojos claros tras la pantalla que
protegía su rostro, y de su físico, salvo su estatura, poco o nada permitía
intuir su E.P.I. completo. Apenas unos minutos tardé en chocar y discutir con
ella, aunque comprendía que la gravedad del momento exigía “hablar poco y hacer
mucho”, y, siendo plenamente consciente de
la gran responsabilidad del trabajo encomendado a la médico que tenía
enfrente, ya que para entonces ya había tenido algunas noticias de su labor en
muchos otros centros de la zona, decidí atender sus instrucciones y discutir lo
justo.
Ni las bombas de
antibióticos, ni los corticoides, ni la supresión de los hipotensores (I.E.C.As
y A.R.A II), evitaron que en los días sucesivos fuesen enfermando hasta la
muerte otras ocho personas, víctimas de un enemigo silente pero muy mortífero.
El asesino sabía ocultarse quizás bajo
el colchón, o tal vez diseminado por el aire, pero sus golpes silenciosos eran
muy certeros.
Puedo asegurar
que durante esas interminables y crueles jornadas llegué a plantearme
cuestiones hasta entonces nunca antes imaginables, hasta el propio ejercicio de
mi profesión, de la que siempre he estado enamorado. Tal era la
sensación de angustia, viendo sin más
remedio cómo iban cayendo nuestras queridas “abuelitas”, (los escasos hombres
sobrevivieron) muriendo sin la compañía de sus familiares, negado el derecho a
ser atendidos en un centro hospitalario “por protocolo”, y con la última imagen
en sus retinas de una especie de “astronautas” ocupándose de sus cuidados
básicos. Esas mujeres que tanto trabajaron para sacar adelante a sus hijos,
nietos, e incluso biznietos, a quienes la crueldad de la guerra les había
arrebatado su niñez y juventud, ahora, otra “guerra” las confinaba, privaba de
derechos, las dejaba de nuevo huérfanas, y las mataba en cuestión de días.
Vivimos todos los trabajadores un verdadero infierno más por los sentimientos
de impotencia, tristeza y desesperanza, que por los riesgos que también
corríamos de los que nos olvidábamos una vez rebasado el umbral de entrada.
Siempre oía que los sueños se cumplen, pero nadie me advirtió que quizás
también las pesadillas.En este momento,
a dieciocho de abril, aún sin cumplirse un mes desde aquellos aplausos, escribo
estas líneas con guantes, mascarilla, y una pantalla que distorsiona mi visión,
todo son dudas, y mantengo la desagradable sensación de haber sido “timado” por
quienes debieron habernos informado bien, y ..¿Por qué no? -también alarmado,
no hay nada de malo en las alarmas, son las que nos ponen en marcha para actuar
ante un posible ataque del tipo que sea, para abastecernos de los medios
oportunos para combatir al agresor y solicitar a tiempo los apoyos necesarios
para neutralizarlo cuanto antes. Cada noche me despierto varias veces,
sobresaltado y empapado en sudor, para volver a una realidad que continúa y
empata perfectamente con la pesadilla. Cada día sufro por mi esposa y mis hijos
que han sido el motor de mi vida y mi lucha en todo este desastre.
Es muy posible
que mi pequeño geriátrico no se recupere, su directora teme volver a pasar
por una catástrofe de esta magnitud, y yo la
entiendo, porque está claro que el virus no solo es capaz de producir
complicaciones orgánicas graves sino que también ha sido capaz de machacarnos a
nivel emocional. Además de lo vivido en la residencia, el COVID ha matado a mi
tío Santiago, y a una de las tías de mi mujer, Luisa, entre otros familiares
más alejados, y lo han padecido y superado muchos otros, mi madre y hermana
incluídas. Hemos perdido vecinos y compañeros, y no hemos podido ni despedirlos
ni llorarlos más que en el silencio de nuestras casas. El criminal, ha sabido
urdir su terrible plan hasta herir lo más profundo de lo humano.
Mi testimonio no
piensa ahora en futuras vacaciones, es solo una versión realista de lo
“pasando”, un invitación a reflexionar
y a aprender para que seamos capaces de anticiparnos y “alarmarnos” a tiempo en
próximos ataques...en este momento reina la incertidumbre, aunque no dudo que
seremos capaces de encontrar no uno, sino decenas de remedios frente a esta pandemia, con la desventaja de que la
búsqueda llevará tiempo; tiempo que costará vidas, sufrimiento y penurias. Por
eso acabo de solicitar autorización para emprender un estudio sobre factores de
inmunidad frente al “coronabicho”, porque quizás pronto encontremos soluciones
parciales al problema que tanto se necesitan…El tiempo lo dirá...
APLAUSOS
Desde estas líneas y entre ellas,
aprovecho para aplaudir con toda mi energía a quienes están ayudando en
múltiples aspectos, no a los que realizamos nuestro trabajo, recibiendo un
sueldo por ello, más lo merecen todos aquéllos que de corazón y de forma
desinteresada, ayudan exponiendo su salud. Entre ellos está Dani, el joven
profesor de mi hija, que además de cumplir con su trabajo con grandes
dificultades, y a distancia, participa como voluntario en algunas residencias
afectadas por el pernicioso COVID, con un cariño y entrega digna de admiración;
hay muchos otros “danis”, mi gran ovación para ellos, porque realmente han
sabido hacer que la pandemia saque lo mejor y más grande de su condición
humana.
Javi Prieto.
EL
PECADO DE SER VIEJO, LA INCONSCIENCIA DE OTROS.
...¿Quién dijo
desescalar?
Desde que
apareció ese neologismo: "DESescalada", algo en mi se revuelve cada
vez que alguien lo pronuncia. En apenas mes y "miedo" he sufrido muy
de cerca el azote de la pandemia. Puedo decir sin dudarlo que mi vocación y mi
profesión son la misma cosa; suelo confundir fácilmente ocio con trabajo, cosa
que acarrea no pocas veces ciertas discrepancias familiares, aunque mi fortuna
radica en contar con una esposa que me apoya en todas mis decisiones, incluso
en mis muchas equivocaciones.
En nuestra
escala jerárquica, ¿Dónde quedan los viejos?

La muerte ha acechado a familia, vecinos y
pacientes, consumando su terrorífico plan en no pocos casos, clavando sus
cánidos colmillos de forma oportunista en aquéllos que no tuvieron tiempo o
capacidad para la huída. He visto expirar demasiadas personas en apenas un
lapsus de tiempo. Me he retorcido de rabia al verme obligado a aceptar que la
situación ¿exigía? permitir y facilitar que muchos de nuestros mayores
abandonaran este mundo para evitar ocupar una plaza en la U.C.I de turno,
quizás se necesitaría más tarde para albergar a alguien más joven...
posiblemente una persona maravillosa, o tal vez a otro que hubiese pasado por
la vida sin pena ni gloria, egoísta, malvado, con su salud seriamente dañada
por absoluta y perniciosa entrega a múltiples vicios...y sin embargo joven. Es
doloroso cuando has vivido y has crecido con tus abuelos, ver lo que ahora les
devolvemos, no a los míos, ya que desgraciadamente solo me queda mi
"yaya", Isabel, que a sus noventa y cinco está preciosa pero sus
neuronas ya patinan y a veces derrapan, por el momento, libre de COVID. El
mensaje era muy claro y se reducía a: "si has de morirte, anciano, al
menos no molestes, ni se te ocurra ir al hospital, y si lo haces, que sepas que
no tendrás cama en Cuidados Intensivos...y de respirador …ni hablamos". Maldita ingratitud.
Como
ENFERMERO de geriatría pero también de Salud Comunitaria en el SNS (SACyL), he
vivido durante esta eternidad que empezó hace menos de dos meses, y que no
sabemos cuándo ni cómo ni si acabará, los momentos más duros de mi carrera. Y
no he vivido poco: a mis espaldas ya dos
décadas de profesión, en continua pluriactividad, cientos de guardias en Atención
Primaria, trabajo en geriátricos, institutos, colegios de educación especial,
muy diversos servicios hospitalarios, asumiendo responsabilidades como campañas
vacunales o cirugía menor entre otras muchas… Y nunca antes sentí una sensación
de ir a la deriva en una minúscula barca, haciendo aguas, a merced de un viento
que tan pronto sopla por babor como por estribor, aunque sin vela ni mástil que
la sujete, sería casualidad llegar a buen puerto

Permitan que les diga que sigo sin comprender
tanta contradicción, tanto caos y falta de previsión. Cada día estrenamos
protocolo nuevo, hay días que dos distintos, es así difícil aclararse; lo es
para enfermeros y médicos, ¿Cómo no para la población general? No hay plan si
no hay objetivos ni posibilidad de colaboración sin información...Por supuesto,
a nosotros, los sanitarios nos compete lo que se llama "Educación para la
Salud", pero ¿Cómo? ante tanto empeño en “DESalarmar”, en no tener
consideración para tantos muertos y sus familias, si ha enlutecido la nación
por la muerte de un exclusivo político, ¿no hay razones ahora para teñirse de
negro un solo día en señal de RESPETO? No solo hay ancianos entre las numerosas
víctimas de este monstruo incorpóreo pero sin duda, ellos se han llevado la
peor parte, y al ocaso de su vida han recibido "miseria y olvido",
desprotegidos ante una infección MORTAL en
potencia, lo cual nunca se advirtió.
Nos
desconfinamos pero no reflexionamos
Ahora
estamos en estatus de "DESconfinamiento", y mientras unos aplauden,
otros salen a correr, muchos hacen gala de sus cualidades culinarias recién
descubiertas, y parecemos dormidos frente a una realidad trágica, triste y
ruinosa, hay quien angustiado piensa que esto es la viva imagen del fin del
mundo, carente de motivos para seguir anclado al universo, habiendo perdido
negocios irrecuperables, empleo, o familiares de los que no tuvieron
oportunidad de despedirse. Y todo esto al tiempo de la imposición de una nueva
moda absurda imperante: buscar una razón cualquiera para el “DEScojonamiento”.
A mi no me sale…de los testículos.

No se cual será la "nueva
normalidad", pero en mi aflora un "nuevo pesimismo" porque no
veo decisiones demasiado acertadas, ni futuro en una sociedad que vive al día
sin dar muestras de respeto y dolor por la catástrofe que aún sigue haciendo de
las suyas. Considero que para poder volver a una cierta rutina, es necesario
que sepamos medir las dimensiones de lo acontecido, un plan con claros
objetivos, y el pronóstico. Se necesitan
medios: mascarillas en cada establecimiento, en cada hogar, test para conocer
la situación a tiempo real y poder adoptar medidas específicas e
individualizadas, pero ante todo… “Educación para la Salud" para tener
menos miedo a contagiarse que a contagiar, para utilizar correctamente guantes,
mascarillas y Equipos de Protección, para confeccionar a falta de suministro
por “rotura de stock”, o por cuanto acontezca, de forma casera máscaras y
materiales de aislamiento...para que evitemos la " nueva transmisión
vertical", desde balcones de pisos superiores a los vecinos que viven en
plantas más bajas, para que no nos pasemos las torrijas ni compartamos objetos,
que pueden estar contaminados, para que
seamos RESPONSABLES, en la medida en que es peligroso el contagio y la
infección por SARS-CoV2, y para que seamos RESPETUOSOS con nuestros mayores que
estamos perdiendo por miles y poco los recordamos.
Mejor
mantengamos el “DESconfiamiento”.
¿Qué hemos
aprendido de nuestros abuelos?
“Hay que
dejar sitio para los jóvenes, por eso los viejos tenemos que morir..” solía
decir mi abuelo “Salero”, fallecido hace más de seis años, cada vez que la
muerte salía a relucir en alguna de nuestras muchas conversaciones que tanto
añoro. Él me enseñó los valores, filosofía vital y pautas de comportamiento que
no se aprenden en la facultad. “Espero que el día de mañana, aunque puede que yo no lo vea, seas un
hombre de provecho...y no que se aprovechen todos de ti, como le ha pasado a tu
abuelo aquí presente...” ¡Por algo te llamaban Salero!, abuelo, desde este
texto, me gustaría decirte que no hay día que no te recuerde (a ti y a mis
otros abuelos a los que tanto quiero, aún en el vacío y en la distancia de su
definitiva ausencia), y sí , he encontrado la felicidad en mi profesión, donde
me siento útil, y por lo tanto “provechoso”, pero eso ya lo comprobaste tú en
vida. Lo que no pudiste ver es el
desprecio hacia los viejos ; un desaire silente pero punzante, ahogado por
áridos aplausos, enmascarado, oculto por los requerimientos de la Emergencia
Nacional. Abuelos: vosotros cuidasteis de vuestros mayores; vivisteis una niñez desprovista de todo lujo, supisteis
lo que significaba ganarse el pan a base de sudor desde vuestra infancia. La
guerra endureció vuestros corazones, aprendisteis el valor de la familia, de
vivir el presente quam minimum
credula postero, con humildad y la justa ilusión por un futuro mejor. Criasteis
a vuestros hijos, en algún caso también a nietos de los que también disfrutasteis,
y os consagrasteis con vuestros biznietos. ¡GRACIAS! Vosotros y otros muchos ancianos hoy mereceríais mucho
más que
esa “actitud expectante”, en la
que quienes os debemos cuidar nos hemos instalado para ser espectadores de una
muerte anunciada, de los más tristes funerales que se recuerdan, porque en muchos casos ni siquiera
se celebraron.
Piensa en
tus mayores en tu día a día

Por todo esto, ya en segunda persona si me
permites el tuteo y porque he vivido muy de cerca la debacle, lector te ruego
que pienses en tus mayores. Piensa en ellos al colocarte correctamente tu
mascarilla que no manipularás una vez ajustada y que debería
ser una prenda más de tu vestuario cada día; o cuando hagas la compra, evita
tocarte con tus guantes , muy especialmente ojos, nariz o boca, porque a partir
de este gesto, cualquier objeto que manipules, estará potencialmente
contaminado. Evita las visitas innecesarias, pues la mayor parte de los
infectados no desarrollan la enfermedad, pero la transmiten. Deja tu calzado cerca
de la puerta, previamente desinfectado. Lávate las manos con mucha frecuencia y
utiliza soluciones hidroalcohólicas siempre que sea posible. Aunque lo estamos
deseando no es aún tiempo de besos y abrazos si el receptor es una persona con
la que no convives cotidianamente. Recapacita y piensa en tus mayores. Lo que
para ti quizás sea una particular “gripe”, o una infección asintomática en el
mejor de los casos, a otros puede costarles la vida. SEAMOS RESPONSABLES.
No es
momento para compartir objetos, de pasarse el postre recién cocinado de un
bloque a otro. He visto imágenes de músicos de viento-metal con instrumentos
diversos, repartiendo sus aerosoles por el espacio infinito, teniendo asomados
a muy poca distancia a sus eufóricos vecinos, recibiendo alegría, música e
imperceptibles proyectiles. Veo en supermercado demasiada gente con guantes
frotándose los ojos o manipulando sus empañadas lentes y después con esas mismas
manoplas tocar el pan o la fruta que acaban por no meter en su cesta. Veo en mi
propio trabajo, sanitarios reunidos en una
pequeña salita tomando café y pastas cada día... observo demasiadas
conductas susceptibles de contribuir al contagio. Por favor, pensemos en los
más vulnerables.

El progresivo “DESconfinamiento” me preocupa
porque las actitudes irresponsables de unos pocos tendrán consecuencias graves
en muchos. (Yo lo llamo “efecto percutor”) ¿Acaso alguien duda aún de la
exponencial secuencia de adquisición de huéspedes del ya familiar coronavirus?
Pensemos en las consecuencias para los más desprotegidos.
Poco
sabemos aún de la patogenia y de la epidemiología del SARS-CoV2, pero parece
claro que la información que se nos ofrecía en febrero, poco tiene que ver con
la triste realidad. Todo apunta a que el microorganismo es capaz de permanecer
largas horas suspendido en el aire de espacios cerrados, y contagiar de este
modo, piénsalo cuando estornudes, y por favor, cubre tu boca y tu nariz.
Acuérdate de tus “viejitos”. Cuidado con
lo que tocas, el “asesinovirus” geriatricida sobrevive en muchas superficies,
por un tiempo determinado, según la naturaleza de las mismas, quizás demasiado
largo; aprende a lavar correctamente tus manos, y cuando lo hagas, también
piensa en los desvalidos.
Recuerda
que tu mascarilla solo sirve si te la ajustas y cubre completamente nariz y
boca, si te la retiras para hablar que es precisamente cuando más se necesita,
es mejor que no la lleves.
Piensa
todo esto, porque el agente causal de esta pandemia ,enemigo intangible pero muy real, busca con avidez
cualquier oportunidad, cualquier mínimo error para seguir expandiendo el terror
y la destrucción; no es baladí que haya paralizado nuestro mundo tal como
nosotros lo hemos conocido, nuestra burbuja de antropocentrismo consumista, de
viajes frenéticos, de la búsqueda de inmediata satisfacción para todos nuestros
deseos, de ilustrada idiotez internáutica… Repentinamente ha explotado, y su
onda expansiva se ha llevado por delante muchas vidas, en su mayor parte
víctimas inocentes que un día soñaron con un futuro mejor , pero no para ellos
sino para nosotros.
Javi
Prieto